miércoles, 14 de septiembre de 2016

Sin Filtro 1x05

En este programa hablamos de la detención del periodista venezolano Braulio Jatar por parte del gobierno de Nicolás Maduro, la crítica situación del ex recluso de Guantánamo Diyab quien se encuentra haciendo huelga de hambre y su salud se deteriora día a día. También hablamos del escándalo en Asamblea Uruguay por la evasión de aportes jubilatorios de una secretaria. Todo esto y mucho más con el estilo que nos caracteriza.

Sin Filtro 1x04

Un nuevo episodio en el que analizamos la actualidad nacional e internacional con el estilo que nos caracteriza. También contaremos con nuestro clásicos pequeños audios sin fitro.

Sin Filtro 1x03

En este programa hablamos del paso del tiempo; ¿todo tiempo pasado fue mejor? Hablamos también del Pokemon Go y la estupidez que genera. Analizamos las principales noticias de la semana con el estilo incendiario que nos caracteriza.

martes, 12 de julio de 2016

EL HOMBRE Y EL GATO

Para Catalina: 
                       Amiga, compañera, salvadora.


El hombre no sentía deseos de nada, caminaba absorto en sus pensamientos con la mirada fría, como mirando sin ver.
Iba siempre con la vista clavada en el suelo, como si sintiese vergüenza de que el sol iluminara su rostro.

Andaba despacio, con andar cansino y lento, arrastrando cadenas  invisibles de un peso incalculable.  Así andaba el hombre; con la espalda encorvada, soportando el peso de su miseria, su única compañera de viaje.

Hacía tiempo que el hombre había dejado el sendero y ahora caminaba por una pradera ancha de un verdor que sus ojos no podían ver porque ya no distinguían los colores. Así era la tristeza del hombre.

Hubo un tiempo en que el hombre lloraba, pero ya no más pues sus ojos hacía tiempo se habían secado. Recordaba que el llanto aliviaba su pena y entonces podía dormir.

Siguió caminando, y el día se tornó noche, y el bullicio fue silencio, ya estaba muy lejos.
Un bhúo ululaba melancólico en la copa de un árbol delgado y alto que de lejos se parecía al hombre. La corteza se mostraba gris y ajada a la luz de la luna de plata y el hombre pensó si no sería de piedra. No tenía hojas porque era invierno y su desnudez lo hacía tenebroso.

Continuó la marcha siempre al mismo tranco, ni más lento ni más rápido. Avanzaba igual que el tiempo.

Una vez el hombre fue feliz, aunque fue hace mucho tiempo y en realidad ya no recordaba.
Tan solo una sonrisa evanescente y una voz cristalina y angelical eran sus recuerdos. No había rostro, ni nombre. Tan solo una sonrisa, que según él recordaba lo inundaba todo de luz, y una suave voz que susurraba palabras que a él se le antojaban de amor.

Que terrible, pensó. ¿Por qué no puedo recordar y si no recuerdo por qué siento esta pena?
Era una pregunta que desde hacía tiempo lo aguijoneaba sin piedad y por más que pensaba el hombre no conseguía responderla.

¿Estaré vivo aún a pesar de que no como ni bebo? Mal puedo estar muerto si siento este dolor tan vivo que me hiere el alma.  Si el aire me lastima cuando atraviesa mi pecho cual pequeños alfileres.
No, no puedo estar muerto si mi corazón late dentro de mi pecho.

Caminó un poco más y el murmullo de una cascada, todavía lejana, le indicó que dirección debía seguir.

Es ahí a donde voy, se dijo. Aunque no sabía por qué.

Conforme avanzaba el aire se hacía más húmedo y frío, y el aroma de la hierba mezclado con el de la tierra mojada era agradable para el hombre.

Las gotas de rocío depositadas en los tallos de los finos pastitos brillaban a la luz de la luna como pequeños diamantes. Eran tan perfectos y bellos que el hombre sintió pena de pisar la hierba.

Llegó a la cascada que comenzaba su salto allí donde se encontraba parado y notó que el precipicio era muy profundo, del fondo unas piedras salían amenazadoras de entre la espuma.

---¿Qué haces? La voz era cálida.
---¿Quién pregunta? Respondió el hombre.
---Yo, ¿vas a saltar?
---Tal vez. ¿Te importa?
---Claro que sí.

El hombre se dio vuelta pero a nadie vió y se preguntó si finalmente no estaría perdiendo a la cordura.

---Estoy aquí abajo.

El hombre miró hacia sus pies vio un hermoso gato atigrado color plata y negro que lo miraba con sus enormes ojos verdes y la cabeza levemente inclinada a un lado. Tenía unos bigotes largos de los que colgaban gotas de rocío que brillaban y titilaban a la luz de la luna.

---Que no te asombre que te hable, ¿quién te ha dicho que los gatos no podemos hablar? Lo hacemos cuando queremos, aunque eso no es muy a menudo. ¿Estás triste?
---Sí, pero no recuerdo porque. En realidad no recuerdo nada.
---¿Tienes miedo de morir?
---No, ¿y tú?
---Yo sí. ¿Por qué no saltas entonces?
---Porque le temo al olvido. Pienso en la razón de mi tristeza y no logro recordarla, de hecho creo que estoy triste porque no logro recordar. Entonces, pienso que es muy triste no tener recuerdos y no formar parte de la memoria de nadie. Porque eso es la muerte, el no ser recordado por ninguna persona. Si no hay nadie que sonría cuando ya no estemos, si nadie dice que una vez tuvo un amigo que se llamaba fulano de tal, entonces no hay prueba de que hemos vivido.
Yo no tengo recuerdos, ¿acaso entonces nadie me recuerda a mí?
---¿Cómo te llamas?
---No lo sé. Lo he olvidado.
---Entonces yo te pondré un nombre, así podré recordarte y podrás saltar.

El hombre cayó de rodillas y se puso a llorar con la cara entre las manos.

---¿Por qué lloras Joel? Ahora te llamas Joel.
---Porque tengo miedo de morir.
---Entonces no saltes.  Quédate conmigo.

El gato restregó su cara contra el rostro de Joel y secó sus lágrimas.
Era suave y tibio, el hombre ahora llamado Joel lo cogió entre sus brazos y ambos quedaron inmóviles y en silencio por un rato. Joel sentía mucha paz y en su corazón ya no había dolor.

---Vamos, dijo el gato.
---¿A dónde?
---A casa.
---¿Y eso dónde es?
---No lo sé. Lo sabremos cuando lleguemos allí.

Joel asintió con la cabeza y volvió a abrazar al gato contra su pecho, entonces hubo una luz dorada y brillante que los cubrió y de a poco se fueron desvaneciendo.